Desde el lunes 12 de julio hasta el jueves día 15, los Cursos de la UNED de Pontevedra abordarán una importante y compleja realidad social, que si bien es cierto que ha existido en todos los tiempos, es ahora, en estos momentos, y desde hace ya varios años, cuando la sociedad está tomando conciencia del amplio significado que se esconde tras los términos: “ Violencia de Género y Discapacidad”, título del Curso que importantes expertos impartirán a lo largo de esta semana en la UNED de Pontevedra y que está dirigido por el profesor de sociología de la UNED, Pedro Fdez. Santiago.
José Almaraz, Catedrático de Sociología de la UNED hablará, para todos los asistentes a su ponencia de la “Integración, exclusión y discapacidad”. Pero para los que no puedan asistir, ha tenido la gentileza de avanzarnos algunos contenidos.
Discapacidad versus desigualdad
Bajo este título pretendemos analizar y discutir el fenómeno de la discapacidad como una situación de desigualdad individual y personal. El punto fundamental es que la discapacidad no tiene que ver solamente con la pobreza en su versión tradicional, sino, sobre todo, con el fenómeno de la exclusión., con el derecho al ejercicio de la autonomía personal y con el concepto de ciudadanía social.
Antecedentes
A partir de los años 70 comienza a generarse en las teorías de la estratificación una nueva apreciación de la desigualdad. La participación en las recompensas sociales (propiedad, renta, educación, poder, estilo de vida) había aparecido hasta entonces como un “continuum” vertical decreciente en cuya base se admitía una estrecha franja de desfavorecidos que constituía el campo de actuación preferente de la ayuda estatal, de la política social, que se orientaban por la filosofía del principio de igualdad de oportunidades, como una estrategia que paliaba aquellas situaciones de precariedad que el desarrollo económico por sí sólo no llegaba a solucionar.
Paulatinamente, ante los cambios e innovaciones que el desarrollo económico y la evolución social venían produciendo en los países avanzados, los investigadores sociales comenzaron a abandonar esta imagen optimista de una sociedad relativamente integrada para reconocer una nueva imagen de la sociedad. Esta nueva imagen presentaba una sociedad, cuya configuración y cuyas tendencias principales mostraban señales de una cierta escisión interna, por cuya razón se le dio el nombre de sociedad dual en la que existirían dos grupos crecientes de ciudadanos: el grupo de los que se mueven en la abundancia y en la seguridad y el grupo de los que se encuentran en una situación de pobreza relativa y de precarización de empleo.
La sociedad de los dos tercios
Pero esta idea de la sociedad dual no fue definitiva pues los estudios sobre la desigualdad acabaron reconociendo la presencia de un nuevo grupo, reducido pero muy específico, cuyas características lo situaban fuera del modelo dual. En virtud de este tercer grupo de ciudadanos, situados más allá de la pobreza relativa y de la integración, se acuñó una nueva imagen que Ulrich Beck, el conocido sociólogo alemán, denomina con el nombre de sociedad de los dos tercios. La intención explicativa de esta nueva concepción es afirmar que aparte de la desigualdad y de la precarización (entre dos tercios de la sociedad) existe otro fenómeno nuevo: el fenómeno de la exclusión (característico del otro tercio).
La exclusión
El fenómeno de la exclusión aparece como estructural. Significa que el desarrollo de las sociedades democráticas avanzadas genera también por sí mismo la existencia de ciudadanos que al no responder a los estándares exigidos por la producción se ven centrifugados y expulsados hacia el borde y hacia más allá de los límites de la comunidad de derechos y de bienestar. . La exclusión no se refiere a la existencia de grupos colectivos, como en la pobreza tradicional, sino situaciones personales e individuales de infortunio que requieren una nueva forma de actuación en las políticas sociales.
La autonomía
La aspiración básica de las sociedades democráticas va dirigida es el ideal de la autonomía del individuo. La autonomía es un ideal. Pero la evidencia muestra que la exclusión en las sociedades avanzadas no sólo priva a los individuos de la participación en los bienes sociales y económicos, sino que mediante los sistemas de protección clásicos tiende a convertir a los individuos en seres dependientes de la ayuda. La cronificación de la dependencia tiene como consecuencia la pérdida de la capacidad de iniciativa personal, la perdida de autonomía individual, de aquello que define de forma más específica la condición de ciudadano en nuestro tiempo. Se necesitan nuevas políticas activas de inclusión, entre las cuales se cuenta principalmente la inclusión económica en el mundo de la producción. Las políticas pasivas tradicionales conducen con frecuencia a cronificar la dependencia. En cambio, las políticas activas tienen como objetivo colocar al individuo en el camino hacia la recuperación de la autonomía, es decir, hacia la recuperación de la ciudadanía. De esta suerte, al alejamiento respecto de la pobreza se añade algo fundamental: el acercamiento a la comunidad, a la participación en la prosperidad y en la calidad de vida.
Los excluidos no tendrían siquiera la oportunidad de “ser explotados” porque quedan fuera del circuito económico. Esto, a su vez, significa que quedan fuera del área de lo que T.H. Marshall en su opúsculo “Ciudadanía y clase social” (1949) dio en llamar ciudadanía social. La ciudadanía social significa algo que no sólo se refiere a derechos civiles y políticos, sino a ese espectro que se extiende desde el derecho a un mínimo de bienestar económico y de seguridad hasta el derecho a participar plenamente en el patrimonio social y a vivir la vida de un ser civilizado de acuerdo con los estándares de calidad de vida que predominan en su sociedad.
Derecho a los derechos
De esta suerte, en la sociedad democrática los derechos al trabajo, al disfrute del bienestar social, a la protección pública frente a los riesgos del infortunio, a la salud corporal, a la calidad de vida, etc., pasan a adquirir el mismo rango que los derechos a la libertad de expresión, a la libertad de credo, etc.
Ser ciudadano no significa solamente tener garantizados los derechos civiles, políticos y sociales, sino también una forma real de pertenecer a la comunidad civil, entendida como “comunidad de semejantes”. Ser ciudadano implica no estar en situación de “desemejanza” respecto de los demás miembros de la comunidad. Significa, en definitiva, participar en las oportunidades vitales. Estar excluido de ellas significa estar excluido del modo de vida de esa “comunidad de semejantes”.
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